Herencia
Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. — ¿Hola? — Se murió. — Me estás jodiendo. — No, boludo. Se murió. Te veo allá. — Pero la puta madre. Dale, ahí salgo. Edgardo estacionó a tres cuadras del hospital y empezó a caminar mientras puteaba a todo el barrio de Almagro. Cuando llegó, subió directo al segundo piso en donde ya lo esperaba Raúl. — ¿Y? — Están con los papeles, no sé. Dicen que en un rato salen a hablar. — ¿Qué le pasó? — No sé, me llamó una con voz de pendeja y no le d i mucha bola. Algo del corazón, pero no sé. — Qué puntería. Ya había armado todo y hasta tenía el escribano para mañana. — ¿Y no hay forma de sacarla de la sucesión? — Y…no. — Qué hija de puta. Fueron hasta una máquina de café al final del pasillo y marcaron dos cortados con gusto a nada. Raúl puteaba, Edgardo revolvía el café en silencio y asentía cada tanto con la cabeza. Del ascensor salió una mujer extremadamente flaca, de unos 50 años. Estaba bien vest