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Los nostálgicos

Terminada la guardia de la noche, me vine al centro a hacer unos trámites, pero como la oficina no abre hasta las diez, me metí a desayunar a un bar cómo hacía muchos años no hacía. Siempre me gustaron los bares antiguos, casi enteramente hechos de madera, de esos que sirven las medialunas en un platito de metal. Me dan a película de época y disfruto de vivir en esa escenografía bastante anterior a mi. Hay dos tipos de personas que disfrutan de estos bares, los fantasiosos como yo, que juegan a imaginarse en una película de Woody Allen, y los nostálgicos que vienen para sentirse como hace treinta o cuarenta años, cuando entraban a tomar un café a un bar moderno. Lo fascinante de los nostálgicos, es que viven suspendidos en el tiempo, no solo con los bares, sino con las conversaciones y las ideas. En la mesa de al lado, por ejemplo, un señor y una señora charlan sobre la muerte de las remiserías. Uno pensaría que en estos tiempos, si a alguien se le da por hablar de la muerte de un medi

Mirar los monitores

  Cuando llega una urgencia al shockroom de pediatría, es fácil perder el foco. Muchas veces se recibe un llamado que avisa que llega un chico ahogado y uno empieza a preparar todo para los cuarenta minutos más largos del mundo. Ambú, oxígeno, drogas y monitores empiezan a formar fila como en el ejército, ordenados y taconeando. A lo lejos se empieza a escuchar una sirena que se acerca y que grita desesperada que ayuden a su niño que no respira . Entonces u no se pone los guantes, se cierra el guardapolvo y espera en la línea de entrada como el arquero que está esperando ese penal reventado. Otras tantas, el paciente entra de sopetón en brazos de un padre a los gritos que corre pidiendo ayuda hasta que te ve de ambo y guardapolvo y casi te lo tira encima para que le salves la vida a sí de fuerte como suena. Porque yo puedo intentar que vuelva a respirar, pero no puedo salvarle la vida a nadie .     Llegue como llegue el niño, gritando la sirena o el padre , uno lo pone en la cam

Me cago en Casciari

La verdad es que no lo conocía hasta hace dos meses o, más bien, lo conocía de nombre, pero no había leído nada de él. Lo que pasó fue que hace dos meses me dieron ganas de escuchar cuentos mientras paseaba al perro, para variar un poco del tema de los podcast, y busqué en Spotify mis opciones. Lo de los cuentos surgió porque, si bien siempre se me dio por la escritura, hace más de un año me lo sugirió mi psicólogo como ejercicio para superar las crisis existenciales. Ahí volví a escribir, me metí en un par de los mundiales de escritura de Llach, hice un taller que me vendió él, porque para eso son esos mundiales en realidad, y me armé una carpeta con los textos que iba escribiendo. Como es bien sabido, la lectura y la escritura son dos caras de la misma moneda, así que empezar a escribir trajo de la mano el consumir toda la literatura que pudiera como había hecho de adolescente. A eso se le puede sumar que tengo una personalidad con tendencia a la adicción y que este gordo es un hijo

El teorema de Pitágoras

Desde que tengo más o menos 4 o 5 años, mi viejo me preguntaba cada vez que volvía del jardín si ya había aprendido el teorema de Pitágoras. Yo le decía que no, que había aprendido a pintar con un pincel o a ponerme la campera solo o a hacer alguna de esas cosas que son un logro a los cuatro o a los ochenta, pero que todavía no había aprendido el teorema de Pitágoras. Entonces él me lo repetía, «La hipotenusa es igual a la raíz cuadrada de la suma de los catetos al cuadrado». Yo, lógicamente, lo repetía de a partes después que él y eventualmente me lo aprendí, o por lo menos aprendí a repetirlo. Cuando volvía del jardín, me sacaba el pintorcito y él me preguntaba si ya había aprendido el teorema de Pitágoras y yo ahora le contestaba en un canto perfecto, de entonaciones idénticas cada vez que salía, lo que era la hipotenusa, me lo festejaba y a mi me llenaba de orgullo. Recuerdo dos cosas del teorema de Pitágoras en esa época. Primero, que no tenía idea de lo que significaban la mayorí

El paseo de Eón

  Desde hace un tiempo veníamos hablando con mi novia sobre adoptar un perro. Entre los argumentos en contra estaba el trabajo que implica, el gasto económico, el tener que adaptarse a sus necesidades y sus tiempos y lo difícil que es encontrar quien lo cuide cuando uno sale de vacaciones. A favor teníamos el amor que dan, lo compañeros que son y una buena oportunidad para dar un paso más en la relación. La batalla fue dura, pero a yer finalmente adoptamos un cachorro y le elegimos un nombre griego , se llama Eón . Es inquieto y energético, y su pelo completamente negro lo haría parecer una sombra si no fuera por el blanco de los ojos.   Por ser su primera noche en el departamento , lo dejamos dormir con nosotros, pero como el único aire acondicionado del dos ambientes está en el living, dormimos con la puerta abierta. Error. Hoy estaba todo sucio, hizo pis sobre una alfombra, el sillón estaba lleno de pelos con uno de los almohadones masticado en un extremo y, como frutilla

El que guarda siempre tiene

Mi abuela guardaba todo porque «el que guarda siempre tiene», el leitmotiv de su vida. En ese entonces, yo vivía en un ph primer piso por escalera con entrada independiente, que era idéntico al de mi abuela, que estaba en pb y construido directamente debajo del mío o, en realidad, viceversa. Era frecuente recurrir a mi abuela cuando nos faltaba algo para el colegio como a absolutamente a todo niño, que se digne de ser niño, le falta el domingo a la tarde. Recuerdo un día, un domingo por supuesto, en el que le dije a mi vieja a las siete de la tarde que necesitaba un gancho mariposa para hacer un reloj de cartón para el lunes.   «Lunes es mañana» me dijo con una mirada asesina que también recuerdo. «¿De dónde querés que saque un gancho mariposa un domingo a esta hora?» «Que no lleve nada» decía mi viejo y empezaba la discusión de siempre casi como si estuviera cronometrada. «¿Cómo no va a llevar nada?» «Bueno, salimos a buscar» «La verdad que no deberías llevar nada» «Y bueno, que no ll