Los nostálgicos

Terminada la guardia de la noche, me vine al centro a hacer unos trámites, pero como la oficina no abre hasta las diez, me metí a desayunar a un bar cómo hacía muchos años no hacía. Siempre me gustaron los bares antiguos, casi enteramente hechos de madera, de esos que sirven las medialunas en un platito de metal. Me dan a película de época y disfruto de vivir en esa escenografía bastante anterior a mi. Hay dos tipos de personas que disfrutan de estos bares, los fantasiosos como yo, que juegan a imaginarse en una película de Woody Allen, y los nostálgicos que vienen para sentirse como hace treinta o cuarenta años, cuando entraban a tomar un café a un bar moderno. Lo fascinante de los nostálgicos, es que viven suspendidos en el tiempo, no solo con los bares, sino con las conversaciones y las ideas. En la mesa de al lado, por ejemplo, un señor y una señora charlan sobre la muerte de las remiserías. Uno pensaría que en estos tiempos, si a alguien se le da por hablar de la muerte de un medio de transporte, sería del taxi. Porque en la época de las aplicaciones móviles y el deseo a un click de distancia, ¿quién saldría al frío a esperar a que pase un taxi libre y pararlo con la mano en alto como en un gesto marcial? Sin embargo, el hombre le explica a la mujer que el remis, para competir con el taxi, tuvo que dejar de cobrar la vuelta del viaje y la gente se acostumbró y ahora piensa que los quieren estafar. «Pero no, papá, yo no te quiero estafar» le dice el hombre a su interlocutor imaginario. «La gente no piensa que uno tiene gastos»  Ahora le habla a la mujer. «Gastos de rodamiento, de cubiertas. Si el remis no cobra la vuelta, sale perdiendo» «Es una barbaridad» dice ella con gesto de que realmente lo piensa. «Y ni hablar de los gastos del taller» retoma el hombre. «Si estás buscando precio, a mi no me llames» remata con una especie de anti slogan, aunque ahora no sé a quién le habla. Después sigue contando cómo las mujeres de las oficinas le elogian lo pintón y le preguntan cómo es que no las va a buscar él. La mujer le dice que es lo lógico, que una señora bien quiere a alguien que le inspire confianza y que esas mismas mujeres que quieren que las vaya a buscar el remis pero no quieren pagar la vuelta, tienen maridos que no quieren sacar el auto para no gastar las cubiertas. 

Yo estoy concentrado en mi café, pero me atrapó la conversación de los remises y tengo que mirar por la ventana para cerciorarme de no haber viajado en el tiempo. Veo pasar un taxi con patente nueva y eso me tranquiliza. 

Los nostálgicos son así. Te envuelven en su nostalgia escenográfica y a uno se le desdibuja lentamente el calendario hasta que se mete de lleno en el libreto. Como ahora, que me dieron ganas de pedirme una grapa, pero lo único que queda en el bolsillo es el pañuelo y dos cospeles.

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