Llorar riendo
El cumpleaños de sesenta de mi vieja fue una noche que iba a recordar toda mi vida, pero me enteré unos días más tarde. Lo hicimos en la casa de mis viejos y vinieron los de siempre; mi abuela, la prima de mi vieja, la prima de mi viejo, mis tíos, mis primos, mi hermano con la novia, mi novia y los hermanos adoptivos. Le decíamos hermanos adoptivos a tres o cuatro personajes que tanto mi hermano como yo teníamos de amigos hacía mucho tiempo y que con el tiempo pasaron a ser parte del mobiliario de la familia. Como mi casa siempre fue una especie de cuartel general, pasábamos todos mucho tiempo ahí, tanto que llegó un punto en el que, si uno se quería ir a dormir, el otro tenía total libertad de manejarse como quisiera. Oscar se pasaba horas hablando con mi viejo, incluso cuando habíamos terminado de comer y después de que mi hermano y yo nos fuéramos a dormir; Ariel hacía de las sobremesas siempre un debate interesantísimo; y Fran hablaba con mis viejos hasta que mi vieja le daba el ultimátum de quedarse a dormir o irse a la casa antes de que fuera peligroso. Él optaba siempre por irse, pero el ritual de la conversación eterna y el ultimátum se dio cada vez que vino por lo menos hasta que me mudé solo. Osky y Ari eran amigos de mi hermano desde hacía trece años, Fran era uno de mis mejores amigos desde hacía diecinueve. El único que faltó ese día fue Seba, mi amigo desde hacía veinticinco años y tercero del trío, que había emigrado con la novia a España un poco menos de dos años atrás.
Como siempre, la cocina estallaba de comida. Mi abuela había traído sanguchitos de matambre, empanadas de carne y empanadas de pollo, mi viejo había hecho doce pizzas, alguien trajo sanguches de miga y la heladera estaba llena de bebidas para todos los gustos.
Mientras íbamos y veníamos por el pasillo del ph llevando vasos, bebidas, empanadas y servilletas, sonó el timbre tres o cuatro veces. Ari iba rápido a agarrar las llaves y abrir cada vez que sonaba, no por servicial sino porque le escapaba a cualquier esfuerzo físico, incluso al de cargar dos coca-colas o una bandeja de sánguches de matambre. Osky, que no le dejaba pasar una, se lo hacía saber. «A ver, boludo, si cuando vas para allá, aunque sea me llevás ésta». Ari era un budista encarnado en el cuerpo de un artista indeciso, que quería hacer todo pero que no terminaba nada, sin que le generara real conflicto. Osky era un boy scout de Rafael Calzada que se crió medio solo y a los tumbos, con una madre que trabajó tanto para darle todo, que lo único que no le dio fue tiempo. Así y todo, con sus diferencias, se llevaban bien. «Puto» le decía Osky con lo que Ari se reía y le tiraba un beso.
El segundo o tercero de los timbres fue Fran. Me asomé al balcón y le tiré las llaves mientras seguía acomodando las servilletas. Lo escuché quejarse mientras se estrujaba para pasar de costado por la puerta; una puerta de madera de dos hojas angostas que a cualquier persona por fuera del estándar le hubiera costado lo mismo pasar.
«Ésta casa la hicieron para inmigrantes tanos y gallegos» decía siempre «no para alemanes de pura cepa». Es verdad que había alguna ascendencia danesa por ahí, aunque lejos, pero la realidad es que Fran era una mole de un metro noventa y ciento veinte kilos distribuidos en la fisionomía de un vikingo porteño, calzaba cuarenta y siete y en sus manos entraba fácilmente mi cabeza. Tenía el pelo rubio que usaba largo, a veces atado y a veces no, y los ojos celestes eléctricos. Era, además, un personaje peculiar. Amante de los libros al punto de ser un tanto quijotesco, se vestía íntegramente de negro, pero no como cualquiera que haya conocido a un “emo” pensaría. Usaba traje negro, camisa negra, medias negras y zapatos leñadores (los únicos que conseguía de su talle) negros.
— ¿Te subís esas botellas de ahí? – le dije desde el pie de la escalera mientras lo veía entrar.
— Subilas vos, yo acá vine a que me sirvan
— Gil
De a poco fue llegando el resto de la gente. La prima de mi viejo trajo unos huevos rellenos y yo pensaba qué cuerno íbamos a hacer con tanta comida mientras hacía combinaciones en distintos platos. Los sánguches de mi abuela volaban como siempre porque ese matambre, aunque lo niegue, tiene falopa.
Fran y Osky se peleaban en la cocina por el último Boca-River. Osky, hincha fanático de River, Fran, hincha de Boca, pero mucho más fan de hacer enojar a la gente. Entró mi vieja, que hubiera podido dejar en ridículo a Bilardo, a respaldar a Fran contra un Osky que se ponía cada vez más rojo y mi viejo, que calentaba la pizza y no tenía idea de qué forma tiene una pelota, empezó a jugar para el equipo de Osky sin más argumentos que «ustedes son unos perros».
Pasada la tercera tanda de empanadas, empezó un chicaneo entre el grupo de los “pendex” y el de los “vejestorios” a raíz de algún comentario sobre la música moderna. Mi viejo elogiaba las canciones de Sandro y Palito Ortega mientras Osky ponía Damas Gratis en su celular a todo volumen. Fran medió para decir que ni Sandro ni cumbia, que verdadera música era la de antes, y empezó a desentonar un tango que, de no haber sido por la letra, hubiera sido inadivinable.
— No sé si lo tuyo es la música - dijo mi vieja entre risas
— Es verdad – le contestó - lo mío es la poesía.
Tomó aire y empezó a entonar señorialmente un poema que recitaba desde los quince años en distintas reuniones sociales y que por alguna razón yo odiaba profundamente.
Viendo a Garrik -actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirle le decía:
"Eres el más gracioso de la tierra
y el más feliz..."
Y el cómico reía.
Tenía una palma en el pecho y la otra apuntando al público y abierta hacia arriba. Su voz, ya de por sí grave, se esforzaba en serlo aún más.
Víctimas del spleen, los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
Una vez, ante un médico famoso,
llegóse un hombre de mirar sombrío:
"Sufro -le dijo-, un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
Recitaba con la entonación del teatro. Hacía pausas precisas y llenaba de sentimientos las palabras.
"Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única ilusión, la de la muerte".
-Viajad y os distraeréis.
- ¡Tanto he viajado!
-Las lecturas buscad.
-¡Tanto he leído!
-Que os ame una mujer.
-¡Si soy amado!
-¡Un título adquirid!
-¡Noble he nacido!
Ya no había en el cumpleaños quien no le prestara plena atención.
-¿Pobre seréis quizá?
-Tengo riquezas
-¿De lisonjas gustáis?
-¡Tantas escucho!
-¿Que tenéis de familia?
-Mis tristezas
-¿Vais a los cementerios?
-Mucho... mucho...
-¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
-Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
-Me deja -agrega el médico- perplejo
vuestro mal y no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.
-¿A Garrik?
-Sí, a Garrik... La más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
-¿Y a mí, me hará reír?
-¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; mas... ¿qué os inquieta?
-Así -dijo el enfermo- no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como el actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: la sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
Cerró el último verso como el mejor de los actores mientras todos lo aplaudían. Llevaba doce años repitiendo el mismo acto sin que nadie aplaudiera solo por compromiso.
— Y aguante Boca - terminó.
Un rollo de cocina le pasó volando cerca de la cabeza, miró hacia Osky y le sacó la lengua. Osky le hizo un fuck you con el dedo.
Trajimos las tortas, que por supuesto había dos, y cantamos el feliz cumpleaños. Repartimos casi todo.
Fran se levantó para irse antes que nadie. Cuando mi vieja le preguntó si ya se iba, él le contestó que no tenía piyama y que ya se estaba haciendo tarde. Lo acompañé hasta la puerta, y me dio un abrazo.
— Cuidate – me dijo
— ¿“Cuidate”? ¿Quién sos? ¿La mafia, gil? – le contesté y nos reimos.
Eso fue el veinticuatro de febrero. El veintiocho me desperté solo en lo de mi novia, tarde para disfrutar mi último día de vacaciones. Giré hacia le mesa de luz para ver la hora en el celular, pero antes que eso vi las seis llamadas perdidas, los treinta y ocho mensajes de whatsapp y las diez notificaciones de messenger. El corazón acelerado empezó a sentirse en la garganta, puteé por dormir con el teléfono en silencio; pensé que había muerto mi abuela, que habían asaltado a mi hermano, que habían entrado a lo de mis viejos.
«Fran se mató»
Todo menos eso.
Empecé a abrir todas las notificaciones. Llamadas de la mamá de Fran, mensajes de las hermanas, del primo, del viejo, preguntando si estaba conmigo, si sabía de él, si lo había visto. Me temblaban las manos, los pulgares no respondían certeros. Sentía la garganta cerrándose de a poco mientras me iba dando cuenta de que esto no era un sueño. No leí más y llamé.
— Ayer nos dejó a Dama a la tarde, nos dijo que salía y nos pidió que la cuidáramos. Como tardaba en llegar lo llamamos, pero no contestó y fuimos a buscarlo a la casa. Un cartel en la puerta pedía que no entráramos, que llamáramos a la policía. Lo encontramos en su cuarto con un disparo en el pecho y una nota en la mesa.
No pude contestar. Hice un ruido amorfo y sorbí un llanto. Empecé a repetir que no, primero en la cabeza, después en voz alta, después en un grito. No no no no no. Llamé a Seba.
— ¿Leo?
— El gordo se mató - no pude decir más que eso y rompí en llanto. No escuché su respuesta. Lloré con el teléfono en la mano y de a poco empecé a escuchar un «¿Dónde estás?» metálico que se repetía. «Voy para allá» dijo desde el mercat de la boqueria y cortó.
Llamé a mi viejo y me metí a bañar con la intención de que el agua se llevara las lágrimas, pero fue al revés. De a poco cada «no» empezó a salir entre dientes más apretados. Desnudo y mojado golpeaba con el puño las paredes cada vez con más fuerza hasta que un grito ahogado y un nuevo llanto me obligaban a parar.
Salí y me senté en una silla en la mitad del living con la cabeza entre las manos a esperar a mi viejo.
Hubo una misa en su honor y salí de la parroquia puteando a Dios, la Virgen y todos los santos en el momento en que el cura decía que era “justo y necesario” porque no era ni justo ni necesario que me arrancaran así a mi amigo. Y si realmente había sido voluntad de Dios, era porque es un hijo de puta.
Lo velamos esa misma noche después de la misa y casi no entro a verlo. Ver su cara tiesa en un cajón era confirmar la pesadilla, pero entré justamente para eso. Me enteré que estaba todo planeado, que dejó un diario que detallaba un intento fallido un mes atrás y cartas de despedida para todos, incluída una para mí.
Lloré hasta la mañana siguiente. Lloré cargando su cajón. Lloré bajándolo a la fosa. Lloré por no poder consolar a sus viejos mientras su vieja me consolaba a mí.
Tardé muchos meses en abrir esa carta, mucho más de lo que tardé en entender que vos eras Garrik, muchísimo más de lo que tardé en sentirme solo en el mundo.
Solo con una familia que contuvo mi dolor a fuerza de abrazos.
Solo con una novia que me acompañó cada minuto de llanto.
Solo con unos amigos que me sostuvieron en cada tristeza.
Pero definitivamente solo sin mi hermano de la vida.
Me pediste que te recordara de una forma alegre y hace años que lo intento, pero solo porque te lo prometí en secreto. Hace muy poco que me sale, todavía no soy ningún experto, pero voy encaminado.
Para sanar, hoy solo me queda llorar riendo mientras cuento esto que en parte es cuento y en parte el peor momento de mi vida (usted decidirá qué tanto de cada parte), pero que tenía que sacar de mi cabeza para que viviera para siempre en la literatura, e hiciera a mi mejor amigo, eterno.
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