Los principios de Sacheri para escribir

Últimamente estoy escribiendo. Y desarrollo la idea porque escribo desde los cuatro años, pero también escribo desde los quince, desde los veintialgo y, por último, desde los treinta y dos. Siempre encontré en la escritura una forma de expresarme, de crear y de hacer arte. Algo que siento profundamente que es una de mis necesidades en la vida. El deseo busca capitalizar eso, pero crear e imaginar, lo que considero la máxima expresión del arte, es una necesidad. Que después haya estudiado como se suponía que tenía que hacer y que trabaje en un trabajo tradicional como se supone que tengo que hacer, es otra cosa. Pero últimamente volví a la escritura como una forma de terapia.

El Mundial de Escritura de Santiago Llach fue una sugerencia de mi terapeuta con quien estuve los primeros dos años tratando de digerir el suicidio de mi mejor amigo, con quien alguna vez quisimos escribir juntos. No recuerdo si la sugerencia fue por eso o para trabajar otras cuestiones que también trato con él, pero para el caso, tomé su sugerencia y me anoté en el Mundial. Las reglas son sencillas. Uno puede anotarse en equipo o solo, pero si se anota solo lo meten en un equipo con otros extraviados. En la primera etapa se escribe a diario con distintas consignas y, al terminar, cada uno postula un texto propio para que el equipo vote entre todo el pool, cuál va a ser el texto que los va a representar. Seleccionaron uno de mis textos para representar a ese primer equipo y pasó después a semifinales. Eso me llenó de ánimo porque si hay algo que no me permito es ser bueno en algo, no, claro que no. Siempre me falta cinco para el peso y si los tengo, los tiro a la zanja. Pero fundamentalmente, me impulsó a seguir escribiendo. Cuando terminó el mundial, la escuela de Llach ofreció cursos y talleres. Me anoté en uno y me encantó. De a poco empecé a aflojar la mano y con eso se me aflojó la cabeza y empezaron a surgir ideas que tenía que anotar en el celular en el momento que surgieran para que no se me olvidaran, y esas ideas tenían que hacer fila para ser escritas porque la mano fue aceitándose de a poco como una máquina vieja pero la cabeza se abrió de golpe como una canilla. Cuando terminó el taller, estaba por empezar otro Mundial. El docente nos contó que un grupo de otro horario de su taller, estaba armando un equipo para anotarse y nos propuso juntarnos. Nos pusimos en contacto y allá fuimos, así empezó Ernesto Sábado, el equipo de escritura. Participamos juntos, hasta ahora, una sola vez y estamos esperando el siguiente, pero entre nosotros decidimos seguir escribiendo e hicimos una novela colectiva. O, mejor dicho, estamos haciendo, porque si bien ya están todos los capítulos, falta releerla, corregirla y editarla. Pero en eso estamos. Y mientras tanto, yo sigo escribiendo. Escribo textos, cuentos y, desde hace poco, una novela que se me ocurrió como por arte de magia (o de inspiración). Se me ocurrió acompañando a mi novia al subte con el perro y casi no le hablé para retener esa idea. Cuando llegamos, le di un beso y volví rápido a casa, agarré un cuaderno y diagramé la novela entera. Con los días la fui puliendo y poco después, empecé a escribirla.

Con mi terapeuta trabajamos sobre quién quiero ser en la vida. «¿No podrías ser un escritor?» me dijo y a mi me da muchísima vergüenza siquiera pensar que tengo esa capacidad, pero con el tiempo fui animándome a pensar en la idea sin tanto castigo y ayer, que escribí la página cuarenta y dos, sentí por primera vez que estaba escribiendo una novela. Y eso hizo que pensara si no podría ser escritor. Me da vergüenza, pero siento que quizás sí. Quizás podría ser un escritor, amateur, pero escritor al fin. Y para sentirme menos grandulón soñador, hoy hice una pausa de la escritura y empecé a buscar en internet cómo empezaron los grandes escritores. No busqué con el «grandes» pero era el título que me tiraba Google y encontré notas sobre hombres y mujeres escribiendo su primer libro después de los treinta, los cuarenta, los cincuenta o los sesenta y eso me dio un poco de tranquilidad. Seguí buscando y me fui a Youtube en donde encontré una charla Ted de Eduardo Sacheri, un escritor que me gusta mucho, llamada “Mis principios para escribir”. La charla es hermosa, amena y cargada de realidad. Tiene un buen mensaje, no es idílica ni pesimista, es una charla justa. Sacheri dice que cuando le preguntan sobre cómo empezar a escribir, él no sabe qué responder porque no hay una única respuesta y cada uno tiene su camino pero que se le ocurren ciertas preguntas para hacerle a quien tiene esa intención. Primero, si lee, porque la lectura es parte fundamental de la escritura. Segundo, si corrige lo que escribe, porque escribir es conectarse consigo mismo, es un acto visceral y fundamentalmente caótico que requiere de ser limpiado y arreglado. Tercero, para qué y para quién escribe, y toda respuesta y todo deseo es válido. Pero cierra la charla mostrando una foto suya de chico con su papá y da una última idea. Dice que, si queremos escribir, lo hagamos y lo usemos, sobre todo, (y en este momento hace una pausa teatral perfecta) para comunicarnos con nuestros muertos. Fue instantáneo, esa frase me partió como una flecha. Fue directo al corazón y las lágrimas empezaron a brotar imparables desde el recuerdo y la nostalgia. Porque Federico, el protagonista de mi novela, está inspirado en Fran, a quien le dedico esa novela, a quien extraño todos los días, con quien tengo una foto en el escritorio donde escribo, y quien sobre todo fue, es y será, mi mejor amigo.

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